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Hace algunos años, por las calles céntricas de París, circulaba una prostituta conocida como Lulú, alias "La Pata de Palo". Tenía, en efecto, una prótesis lignaria, es decir, una pierna artificial de madera, y pese a ello, no le faltaban clientes; digo mal, precisamente por ello los tenía; aún más, le sobraban, pues era solicitadísima. La solicitaban, claro es, los buscadores de lo inusual, los que no apetecen las experiencias normales y se complacen más bien en lo irregular y extraño, en lo heteróclito.
Hace algunos años, por las calles céntricas de París, circulaba una prostituta conocida como Lulú, alias "La Pata de Palo". Tenía, en efecto, una prótesis lignaria, es decir, una pierna artificial de madera, y pese a ello, no le faltaban clientes; digo mal, precisamente por ello los tenía; aún más, le sobraban, pues era solicitadísima. La solicitaban, claro es, los buscadores de lo inusual, los que no apetecen las experiencias normales y se complacen más bien en lo irregular y extraño, en lo heteróclito.
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Por ejemplo, prostitutas gordísimas. En París, recientemente, adquirió pronta fama una prostituta así, que ya de puro gorda era monstruosa, y que en el lapso de tres o cuatro horas conseguía una docena de clientes. Había otra, sin prótesis ni kilos de más, pero con una joroba notable, camellesca, y que era muy buscada por los amigos de lo inusual.
Marcel Sacotte asegura que hace algún tiempo era posible ver, en una de las principales calles parisienses, a tres putas, que casi siempre se cogían del brazo, y de las cuales "la menor" era una setentona respetable; y puesto que las otras eran ochentonas, la edad conjunta del trío sobrepasa tranquilamente los doscientos treinta años, lo que no era en absoluto impedimento para que esta representación senil de la ramería tuviese numerosa clientela.
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Claro que la belleza facilita el éxito; pero la fealdad y la vejez y aún la misma deformidad no siempre lo dificultan. Al contrario, hasta lo favorecen, y a veces, muchísimo.