Antes había poco, hoy... ¡nada!
Puerto Principe.- Trabajo como misionera médica en Croix des Bouquets, un pueblo a 45 min de Puerto Príncipe y ya veníamos de regreso a la capital cuando de repente sentimos la camioneta moverse de un lado a otro. Nos paramos pensando que era una de las gomas del vehiculo, cuando nos dimos cuenta que era la tierra temblando.
En cuestión de segundos vimos la calle llenarse de gente corriendo gritando "un temblor de tierra, un temblor de tierra". Lo próximo que vi fue un edificio desplomarse ante mis ojos. Enseguida traté de comunicarme con mi esposo, pero ya las líneas estaban sin servicio.
Seguimos manejando para llegar hasta la casa de huéspedes donde dejaría a los demás misioneros que vinieron por una semana a ayudar en la construcción de una iglesia. Nos tomó casi tres horas poder llegar. Las calles estaban llenas de personas heridas, madres llorando por la pérdida de sus hijos, paredes que cayeron ante el movimiento de la tierra, gente gritando que era el fin del mundo.
Yo aun no podía interiorizar bien lo que mis ojos estaban viendo, somos nada ante una situación así, queremos controlar tantas cosas, pero la verdad es que no podemos hacer nada cuando un fenómeno de esta magnitud nos azota.
Al llegar al cementerio de Delmas, una de las avenidas principales del país, tuvimos que dejar la camioneta en una acera y seguir nuestro rumbo a pies, ya que la calle estaba bloqueada por varios carros que postes de luz cayeron sobre ellos, paredes derrumbadas y gente caminando. Ahí palpé la desesperación de la gente, me identifiqué con su dolor, y a la vez pude ver cuán bueno es mi Dios que me ha permitido ver su mano protegerme ante tal catástrofe.
No puedo cuantificar la destrucción que vi, tanto de edificios comerciales, escuelas, iglesias, la gente tratando de sacar de entre los escombros a otros.
Llegamos a la casa de huéspedes y mi esposo me esperaba allá, nos abrazamos y lloramos de gratitud, dolor y miedo.
La calle frente a la casa de huéspedes estaba llena de gente que vivía en un barrio que queda atrás que perdieron todo. Intentamos esa noche dormir en el carro ya que no podíamos salir de la calle por estar bloqueada por una pared que cayó y la casa de huéspedes quedó en el olvido. La estructura no resistió los movimientos sísmicos y colapsará en cualquier momento. La gente pasó toda la noche alabando a Dios, cantando himnos y llorando ante la situación.
El supermercado más grande del país se desplomó con una cantidad desconocida de gente; el hotel más famoso quedó hecho pedazos con cientos de personas adentro.
Al día siguiente fuimos a "médicos sin fronteras" a llevar todo lo que teníamos en la casa de material gastable: gasas, mascarillas, anestesias, agujas de sutura, guantes y el cuadro que vimos allí era deprimente. Me sentía ser un personaje más de esas películas de guerra donde sólo puedes ver muertos en pilas, gente corriendo desesperada sin saber cuál rumbo tomar, edificios y casas destruidas. Pero realmente estaba sucediendo en la vida real.
Las calles están llenas de muertos y de gente que ha perdido sus casas y familias.
No sé como enfrentaremos esta situación, ya que Haití es un país que no está preparado para enfrentar ninguna catástrofe, ni huracanes, ni terremotos, ni ciclones.
La desesperación del pueblo ya se está sintiendo: gente sin comer desde el martes, deshidratada porque no hay agua, niños llorando del hambre, miedo y desesperación, padres sin poder dar respuesta.
Lo único que puedo hacer es unirme al llanto de este pueblo que no tenía mucho y hoy no tiene nada.